agosto 04, 2010

Sonríe





Iyari Feria.-
4 de agosto, 2010

Llegaba una dama roja, muy alterada con el médico familiar. Llevaba a un ser oscuro a rastras sobre su manto carmesí. Más que desesperación, la mujer transmitía exasperación, y aunque insistió al médico revisar a la criatura con premura, al sujeto de blanco le bastó una mirada soslayante para escupir su diagnóstico sin más:

-Su compañera tiene un serio problema de soledad colectiva.

-¿Colectiva? ¿cómo es eso? -Inquirió la colorada, intrigada, acariciando las enegrecidas manos de su compañía con tanta vehemencia que parecía volverlas polvo.

-Sí, es sencillo: cuando su alrededor colabora en acrecentar la soledad, es colectiva. La soledad tiene grados, y quizá, la colectiva sea la más fatal.

-¿Por qué?

-Porque está acompañada de ciegos y sordos, entonces el sujeto en cuestión se vuelve mudo y frío. Por eso es oscuro.

-¡Pero si siempre ha sido así!

-¿Lo ha sido?

La dama calló y pensó. En algún recuerdo, logró vislumbrar a su lado un ser de tonalidades varias.

-...pero bueno, la mezcla de tantos colores, resulta en negro. -Murmuró después de un momento.

-¿Conoce el círculo de Newton? seguro que sí, al hacerle girar, pese a constar de varias gamas, se vuelve blanco con la velocidad.

-Cierto es.

-¿Entonces? ¿no la hizo girar?

La dama de rojo desvió la mirada del caballero de blanco, que de pronto comenzaba a tornarse gris. El blanco nunca puede ser completamente pulcro.

-Yo no tendría porqué haberlo hecho -Se defendió.

-Usted no tendría porqué haberla oscurecido. -Sentenció.

-...¿Entonces?

-¿Entonces? nada. Mire -El médico señaló a la paciente con la cabeza: en el suelo blanco, un polvo negro coloreaba ahora la habitación.




Hay que sonreir.







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Sálvame, dijo el verdugo. (Joaquín Sabina)