agosto 31, 2011

Carta al Ermitaño



13 de mayo, 2010


Desperté esta mañana y mis ojos sin abrirse podían verte.
Es posible que de saber que aquel día sería la última vez que nos veríamos, no hubiera subido a la combi. Hubiera esperado las once de la noche, abrazándote hasta no ver más colectivos y comentar del gato negro de San Pascualito que horas antes vi. Bromear, reír, olvidar los reclamos que profesé y regalarte el humo de mi cuarto cigarro en tu cara, riendo sola por la cara que harías.

La realidad es que no fue así, pero me queda el anhelo de haberme asomado por la ventana del transporte para ver tu rostro una última vez, sabiendo que era yo quien se alejaba y así poder convencerme que era lo mejor.

Pero lo cierto es que no ignoré el transporte, no te abracé una vez más, y no me asomé por la ventana. Lo del gato quedará en misterio y los reclamos sin olvidar. El cigarro se mantendrá pendiente para no cumplirse y no pude reir ni reiré pues no veo más tu cara.

La triste consecuencia es que cada que me entero de ti, siento lástima por ambos, y un gran rechazo a tus acciones.
¿Recuerdas que una vez te llamé patético? Realmente no lo sentía así -aunque sé que lo sabes-, mis pensamientos van y vienen, como yo contigo.

Ahora puedo callar lo que siento por ti y tú guardar lo que piensas de mi, pues lo que yo pienso y tú sientes, no tiene misterio.

Ya es un cliché aquella frase que dice que los amores van y vienen, pero las amistades son para siempre; no obstante, me declaro partidaria de dicho pensamiento.

Sé que tú verás una cicatriz en tu cuerpo y quizá rías por lo torpe que fuiste, sentirás nostalgia, en ocasiones anhelo, pero tarde o temprano tus ojos se fijarán en otros no tan cobardes como los mios. Estás siguiendo adelante.

Por mi parte, puedo decir que eres una gran piedra que me esfuerzo en no encontrar para no tropezar y sangrar.

La Luna permanece entre las páginas de un libro y la beso ocasionalmente. Me dijiste que yo no tenía ninguna conexión con ella, pero yo te aseguro que ahora es más mía que tuya.
Me jodiste a Neruda, gracias -y no, no es sarcasmo- pero no me destruyas a Benedetti. En cuanto a Sabines, destrózamelo si así te apetece. Cambiaría todos esos versos que te hacen pensar en mi por un cigarro a tu lado, por embriagarnos con cocteles dulces y ver pornografía en el sillón de tu sala. Olvidaría todas las tardes que pasamos juntos, si pudiera olvidar las decenas de promesas que me hiciste pese a que me negué en creer, y como imaginé, nunca cumpliste.
Entérate que no tengo ya intenciones de encontrarte, el ego ya está lo suficientemente mancillado y la argolla de mi oreja izquierda arde a menudo. Recordarte me enferma.

¿Sabes lo más irónico del asunto? Ni puedo estar sin ti, ni contigo, y te pasa igual.

Estamos en un tremendo problema... Pero mi naturaleza no es de las que cede, y tu voluntad hacia mi es férrea.
No te estanques, que yo no lo haré.
Sé que si miro hacia atrás, ahí vas a estar, pero dudo virar en tu dirección si tropiezo.
Entérate que si miras atrás...no voy a estar.

No soy tan considerada ni madura, y no puedo permitirme sentir culpa por no entregar lo que no tengo.

Pero te quiero.


Iyari